El periodista Ramón Jimeno. Foto. Andy VC |
Pacifista
Recién llegado de Washington, y después de cubrir la guerra civil de El Salvador y la Revolución Nicaragüense, Ramón Jimeno fue uno de los primeros periodistas que se arriesgó a investigar lo que ocurrió en el Palacio de Justicia durante el 6 y el 7 de noviembre de 1985, cuando el M-19 se tomó violentamente la edificación y el Ejército emprendió su sangrienta retoma.
Recién llegado de Washington, y después de cubrir la guerra civil de El Salvador y la Revolución Nicaragüense, Ramón Jimeno fue uno de los primeros periodistas que se arriesgó a investigar lo que ocurrió en el Palacio de Justicia durante el 6 y el 7 de noviembre de 1985, cuando el M-19 se tomó violentamente la edificación y el Ejército emprendió su sangrienta retoma.
De la mano del abogado Eduardo Umaña Mendoza, y desde su posición como director del semanario Zona, Jimeno recopiló información de distintas fuentes para reconstruir los hechos y describir quiénes, cómo y por qué habían tomado las decisiones que condujeron a la muerte de casi un centenar de civiles, la desaparición de 11 más, y la destrucción de la sede del poder judicial colombiano.
Fue el primer reportero que entrevistó a Clara Helena Enciso, una de las dos guerrilleras que sobrevivió a la retoma y la única que escapó del control del Ejército.
Además, Jimeno fue quien le hizo llegar a la justicia los audios en los que, según las autoridades, se escucha al coronel Luis Carlos Sadovnik dar la orden de desaparecer a la detenida guerrillera del M-19 Irma Franco. Grabaciones que fueron clave durante la investigación judicial contra el general (r) Jesús Armando Arias Cabrales, toda vez que con base en esas y otras pruebas el Tribunal Superior de Bogotá ratificó la condena contra ese alto oficial.
En 1989, tan sólo cuatro años después de los hechos y tras sufrir hostigamientos y persecuciones, Jimeno publicó el libro Noche de Lobos, una de las más completas investigaciones periodísticas que se escribieron en esa época sobre el holocausto del Palacio de Justicia.
Jimeno también ha trabajado como productor, director y jefe de redacción de noticieros y programas periodísticos y de opinión para la televisión nacional. Se ha desempeñado como guionista de documentales, películas, series y telenovelas, y como profesor, investigador y consultor. Entre 1988 y 1993, fue analista político de la edición dominical de El Espectador, y en 2000 fue nombrado subdirector y editor general de ese diario. Asimismo, trabajó para las revistas Semana, Proceso, New Yorker y National Geographic.
Es, quizá, uno de los periodistas que más sabe sobre el holocausto y un crítico implacable sobre el trabajo que realizaron sus colegas durante esos tiempos desgraciados del Palacio. En entrevista con ¡PACIFISTA!, Jimeno aseguró que la radio y un sector de la prensa informaron amañadamente sobre lo que ocurrió el 6 y el 7 de noviembre de 1985, y que el Ejército fue el responsable del trágico saldo que dejó la retoma.
¿Cómo recuerda el 6 de noviembre de 1985? Estaba viviendo en Washington, haciendo periodismo. Recuerdo que un amigo de El País de España me dijo: “Ramón, mire que en su país se están matando como locos”. Nos reunimos a ver qué estaba pasando y nuestra primera impresión fue: “los van a matar a todos. Esto va a ser un masacre”.
¿Por qué decidió investigar sobre el holocausto?
Volví a Colombia a comienzos de 1986 a fundar el periódico Zona y, como el M-19 en ese tiempo era bastante importante y algunos de sus militantes habían sido mis compañeros de universidad, empecé a preguntar qué había pasado. Justamente, en esos días me contactaron para que entrevistara a Clara Helena Enciso, y me interesé mucho más en el tema.
¿Cómo se realizaron los contactos para realizar esa entrevista?
Todo era muy tenso. En esa época, el Ejército me acusaba de ser militante del M-19, y eso hacía muy difíciles los encuentros. Ellos (los guerrilleros) no confiaban en casi nadie, pero al mismo tiempo necesitaban a alguien que les sirviera para comunicar, porque su propósito, más que la entrevista, era ayudar a Clara Helena a salir del país.
¿De qué manera transcurrieron los momentos previos al encuentro?
Esa noche había un partido importante en el estadio el Campín y todos los policías estaban viendo fútbol; por eso me llamaron para que fuera a la iglesia de Lourdes. Ahí nos recogieron a mí y a (la también periodista) Silvia Duzan. Nos pusieron en la silla de atrás de un Renault 4, tal vez un 6, y nos hicieron agachar. Los guerrilleros, que eran de las fuerzas especiales del M, nos pusieron las armas en la cabeza y nos dieron dos horas de vueltas por la ciudad.
A media noche supe que íbamos hacia el sur. Llegamos a un barrio popular, con edificios nuevos, que tenían apartamentos minúsculos, de 50 o 60 metros y dos pisos. Clara Helena estaba muy nerviosa y apenas nos vio se puso a llorar. Pero no la dejaban hablar y nos dieron un texto escrito, que era su declaración, filtrada por el M.
Yo les dije que estaba bien, pero que tenía que entrevistarla, porque no les iba publicar lo que ellos mandaran. Duraron una hora discutiendo hasta que, a las 4 de la mañana, por fin empezó la entrevista. Ella lloró todo el tiempo, y además la interrumpieron muchísimo.
¿Qué cree que buscaba ocultar el M-19?
Ellos querían proyectar la imagen de que habían protegido a los rehenes, y querían incriminar al Ejército y al presidente Belisario Betancur por todo lo que había pasado. Pero no permitían que se contara nada sobre las razones del operativo, la parte política, la preparación militar, ni el hecho de que ellos estuvieran infiltrados. Manejaban la grabadora y la paraban cuando querían, por lo que fue una entrevista muy tensa y dramática.
¿Qué rescata de lo que le contó Clara Helena?
Las anécdotas de cobardía y de heroísmo de la gente, los ciclos de desesperación de Andrés Almarales —uno de los guerrilleros que dirigía la operación— cuando se les estaban acabando las municiones y sabían que los iban a matar.
También nos dio detalles sobre la preparación del operativo y las fallas en las comunicaciones, de las que estaba encargada. Describió cómo ellos se encerraron en una casa del sur a preparar la toma, donde estuvieron desde el 17 de octubre hasta el 6 de noviembre de 1985. Eran 42 personas en una casa de 200 metros y tenían que parecer una familia de cinco. Esa convivencia me pareció interesantísima.
¿Cuál fue el impacto de esa entrevista?
La publicó Semana. Como todo el mundo estaba contra el M-19, María Elvira Samper (la jefe de redacción) la censuró muchísimo. Nada de lo que he mencionado aquí salió publicado y redujeron todo a la parte humana.
Después, el Ejército utilizó la entrevista para decir que los desaparecidos eran guerrilleros y que habían salido del Palacio con vida, al igual que Clara; que estaban en el monte y que era mentira que los habían capturado.
Después del holocausto, usted le entregó a la justicia unos audios en los que se escucha hablar a los militares durante la retoma. ¿Cómo los consiguió?
Me llegaron por el fallecido Mike Forero, que era un periodista deportivo y un radioaficionado. Él me los envió de manera anónima, en un sobre, con un compañero de El Espectador. Como condición para que los publicara, me pidieron que los introdujera al proceso judicial, pero yo sabía que, en mi condición, hacer eso era estúpido.
En ese entonces, (el periodista) Manuel Vicente Peña también investigaba para escribir el libro Las dos tomas. Él era un personaje medio corrido de la teja, de extrema derecha, y le pedí que los entregara. Hizo 10 copias y las mandó al Congreso, a la Corte, todos lados. Después le fregaron mucho la vida, porque esas grabaciones dejaban en evidencia quién dio qué tipo de órdenes en el Ejército.
¿Por qué cree que Forero le hizo llegar esas grabaciones a usted, y no a cualquier otro periodista?
Porque yo trabajaba en El Espectador y tenía una posición cercana la izquierda. Tenía, digamos, un prestigio ético, y él sabía que yo las iba a manejar adecuadamente.
Usted también ha dicho que los militares lo hostigaron durante los años que investigó el holocausto. ¿En qué consistió esa persecución?
Yo tenía mucha información. Tenía las actas del consejo de ministros que se llevó a cabo durante la retoma, y por esos y otros documentos los militares allanaron la sede de Zona. Buscaban las cosas del Palacio, pero no las pudieron encontrar porque estaban bien guardadas. Esas actas eran medio escandalosas, porque demostraban que Belisario nunca quiso negociar con el M-19.
¿Cómo consiguió esos documentos?
No fue para nada fácil. Al principio todo el mundo le echó la culpa al M, pero en la medida en que iban saliendo las revelaciones se demostraba que el responsable de las muertes, no de la toma, había sido el Ejército. Entonces, los magistrados sobrevivientes se indignaron muchísimo y se convirtieron en fuentes clave. Como ellos estaban investigando, yo les mencionaba lo que no podía obtener y así se fue dando un intercambio de información, según lo que cada uno iba consiguiendo.
Tan sólo tres años después de la toma y la retoma, usted publicó el libro Noche de Lobos. ¿Cómo fue el proceso de investigación?
En esa época nadie investigaba lo que había pasado. El periodismo colombiano era una vergüenza y la venta de todo el mundo con lo del Palacio me pareció grotesca. El periodismo de radio era corrupto, les pagaban directamente, y el de El Tiempo era totalmente manipulado, porque se pensaba que “había que salvar las instituciones”.
Sin embargo, para mí fue evidente que esto debía investigarse, porque si no iba a pasar lo que finalmente pasó, y es que el Ejército iba a pensar que podía matar a todo el que quisiera. Manuel Vicente y yo éramos los únicos que estábamos indagando y la gente nos daba mucha información. No era que yo tuviera una gran capacidad investigativa, sino que la gente decía: “busquen a ese, que ese está investigando”.
Así, hice periodismo con la gente del M y con la gente del Ejército, con la que fue muy difícil; soldados del Guardia Presidencial, básicamente, y algunos generales amigos que más o menos hablaban. Fue mucho trabajo con la gente experta, los peritos de Medicina Legal y los bomberos, para saber si el incendio fue intencional o accidental. Era impresionante ver en las necropsias cómo habían asesinado la gente a sangre fría.
Han pasado 26 años desde la publicación de Noche de Lobos. ¿Cómo evalúa el contenido de ese texto?
La investigación estuvo marcada por mi formación como periodista en Estados Unidos. Quería dejar los hechos muy limpios y era muy estricto en comprobar y verificar que dos o tres personas dijeran lo mismo para poder publicar una información determinada.
La gente cambia las memorias de los hechos violentos, de buena y de mala fe. La gente exagera, miente, los sentidos están exacerbados y todo se ve como en cámara lenta. Por eso quería buscar claridad en los hechos y el abordaje fue muy pobre en la parte humana. Creo que eso podría haberlo hecho mejor.
Después de tantos años de investigación, ¿qué concluye sobre la manera como transcurrió el holocausto?
Que el poder civil tiene que controlar al Ejército. Con lo del Palacio los militares comprobaron que podían matar a los civiles con tal de acabar con la guerrilla, y más tarde les encargaron el trabajo sucio a los paramilitares. La gran conclusión de todo esto es que se debe revaluar la doctrina militar y hacer un pacto civil sobre cómo se va a usar la fuerza. Es la única forma de civilizar el Estado.
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