miércoles, 4 de noviembre de 2009

Sandra, guerrillera detenida: “es muy duro estar separada de mi hija”



Autor Marcal Izard

Sandra (de camisa rosa) en la cárcel para mujeres

Mi nombre es Sandra. Tengo 30 años y estoy detenida en la cárcel de mujeres “El Buen Pastor” en Bogotá, Colombia. Una amiga cuida de mi hija de 8 años, afuera de la cárcel. Mi hijo de dos años vive conmigo. Por la mañana, asiste al jardín de infantes de la cárcel y, por la tarde, juega con los otros niños en nuestro patio. En la sección de alta seguridad, denominada Patio 6, estamos alojadas 75 detenidas.

Decidí tomar las armas cuando tenía trece años, en momentos en que los paramilitares de la región de Urabá cometían numerosos actos de violencia. Me uní a las FARC cuando los paramilitares mataron a mi cuñado y hostigaron a mi hermana menor.

Mi familia tuvo que huir de su tierra. Mi sueño de estudiar medicina se esfumó. Cuando entré en la guerrilla, obtuve conocimientos prácticos de medicina. Trabajé como paramédica en comunidades indígenas y afrocolombianas, en Risaralda, en la región de Chocó, en Caldas y en Quindío.

Hace ocho años, mientras evacuábamos a algunas personas heridas, resulté herida yo misma. Mis camaradas me enviaron a la ciudad para que me trataran. Un ex colega me reconoció y me entregó al ejército. Cuando me detuvieron, estaba embarazada de tres meses. Corría el peligro de perder a mi bebé, y la prisión en la ciudad de Pereira donde estaba detenida carecía de fondos para pagar el tratamiento que yo necesitaba. Entonces, pedí ayuda a la Cruz Roja. Ésta solicitó al INPEC (Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario) que me trasladase a Bogotá para recibir la atención médica apropiada, que fue solventada por la Cruz Roja.

Mis familiares viven en una granja, en una zona rural. Para ellos, es muy complicado llegar hasta la oficina de la Cruz Roja en la ciudad más cercana, donde les entregan billetes de autobús gratuitos para venir a visitarme a Bogotá. Hay días en que quisiera ver a mi madre otra vez; mi madre siempre será mi madre. A veces, los niños también me enternecen. Estar separada de los hijos es duro, muy duro. Aunque, durante los últimos ocho años, estos muros me han enseñado a ser fuerte, se trata sólo de una máscara, porque en mi interior, soy una persona débil.

Antes, mi hija podía visitarme una vez por semana. Pero, desde febrero, el nuevo reglamento sólo permite que los niños nos visiten el último domingo de cada mes. En esta cárcel hay más de 1.200 detenidos. La mayoría tiene hijos, nietos, sobrinos, sobrinas y primos. En los días de visita, los familiares tienen que hacer largas colas, todos los niños son registrados, y hay largas demoras. Debido al hacinamiento, sólo podemos pasar con nuestros hijos unas cinco horas por mes, como promedio.

Pero, lo más inhumano de todo es mi larga condena. Me encarcelaron a los 22 años. Cuando salga de la cárcel seré una mujer de 35 años, madre soltera de dos niños. En este país, es difícil encontrar trabajo para una mujer de esa edad.

No quiero abandonar la medicina, quisiera estudiar psicología infantil. Es verdad que la falta de recursos económicos no me deja hacerlo, pero creo en los milagros (ríe)… Cuando hay deseo, hay voluntad, y cuando hay voluntad, los deseos pueden convertirse en realidad.