miércoles, 4 de junio de 2014

Una carta para Oscar

Luz Marina López Espinosa
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Oscar:Hay nombres que pasan a la historia. Claro, algunos por  razones funestas, huellas carmesí marcando la senda de su paso: niños bañados en Napalm en Vietnam, aquellos encendidos con fósforo blanco en Falulla, los de más allá ángeles durmientes, cinco hermanitos acunados bajo el techo que antes los abrigaba en Cisjordania.



Pero no me refiero a esos hombres, ni a esa historia, sino a aquella que dio pie a la sublime proclama de Nicolai Ostrovski: “Los más valioso que el hombre posee es la vida. Se le da una sola vez. Por ello debe aprovecharla de tal manera que los años vividos no le pesen, que el recuerdo de un pasado miserable y mezquino no le queme, y que muriendo pueda decir: he consagrado mi vida y mis fuerzas a la causa más noble en el mundo. A  lucha por la liberación de la humanidad.” Bueno; a propósito de esto, cómo no recordarte? Y ante el galardón de la Historia, la presea ennobleciendo el  grosero traje de prisionero, ¿qué son treinta y tres años de barrotes? No quiero demeritar tu sacrificio, pero te digo: bien valió la pena. Saliste ganando.


Tú como los más sorprendentes guerreros, raza insólita en qué extraño crisol fundida, un poco de Thureau aquí, otro de Gandhi allá, mucho de Bolívar, bastante de Martí, una pisca de Sandino  y otras  claro de Nelson, Durruti y de Simón Trinidad,  todo emulsionado con la fuerza inspiradora de un sabio antiguo, quizás Diógenes o Séneca, deviene el luchador firme y en todo caso vencedor.  Dígalo si no, después de una vida sacrificada en  el ara de la furia del colonizador por la  avilantez de oponérsele, la serenidad de tu discurso que he tenido ocasión de leer, palabras de fe pletóricas de amor por la causa de la justicia y la libertad. ¿Cuál derrota entonces?


Tú Oscar conociste las guerras del imperio como actor de una de las más infames de ellas, a la que fuiste llevado con la inocencia de los  millones que en la Historia han debido realizar los aciagos propósitos de los Estados, bajo el supuesto  indiscutido de que éstos son amos de la vida y  el destino de sus jóvenes. Y allí inclusive te condecoraron, presea que les devolviste llevando el grito libertario de los arrozales del  Mekong a los eriales de Chicago y de Manhattan. Esta vez ya no bajo el flameo codicioso de una bandera, sino por la libertad de tu isla, la del Encanto, entonces casi centenariamente sometida, hoy en peligroso camino de la anexión definitiva. La obra apenas comienza vemos.


Tal vez salgas libre pronto. Los imperios en algún momento  hacen gala de  sentimientos humanitarios y presumen estar sintonizados con el clamor de justicia de los pueblos. Pero nunca, no se crea, porque tengan los unos o compartan los otros. Sólo cuando su causa es definitivamente impresentable, y sumarse al grito justiciero les es útil porque ofrece una imagen pacificada del rostro  de muerte y expoliación que los define. ¿No viste a los  verdugos y carceleros de Nelson “uno los peores terroristas de la tierra”, vertiendo copiosas lágrimas ante su féretro y hablando de lo “inspirador” que les resultaba su vida? Te van a dar la libertad. Pero  ya lo sabes, no hay que creerles. Tanto, que te has dado el lujo de despreciársela.


Quería además hacerte una confidencia personal: tu nombre me era familiar desde siempre, por razones de sangre. Tengo un hermano de nombre Óscar López, quien fue mi guía y formador. Y por él, ingresé a la Juventud Comunista donde acendré los valores de solidaridad y amor por la humanidad que asoma en el corazón juvenil. Y en esa organización un día mi hermano disertó sobre Puerto Rico y su destino desde el nefasto 1898 de la invasión, y  la gesta heroica de los jóvenes que en desigual lucha  sacrificaban vida y libertad por su independencia. Y dentro de ellos, un tal Oscar, nombre que por pudor se abstenía de pronunciar completo, tan pequeño como  lo hacías sentir.



Alianza de Medios por la Paz.





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