Por: Luz Marina López Espinosa
“Todavía hay tiempo para decirle madre, buenas noches, he vuelto con una bala en mi corazón”. Ghassan Zaqtan
12 de julio de 2014, 10 de la mañana. Parque Santander de Bogotá. Mañana de sol, la ciudad más o menos alegre. Mi corazón terriblemente triste.
12 de julio de 2014, 10 de la mañana. Parque Santander de Bogotá. Mañana de sol, la ciudad más o menos alegre. Mi corazón terriblemente triste.
Este día al igual que los
anteriores, había estado signada mi ánima por los más oscuros
pensamientos, un estado deprimente y desengañado. ¿La razón? Una muy
fundamental. Los sionistas bombardeaban con fruición Gaza y Cisjordania,
mataban palestinos por docenas, las casas tan esforzadamente y en tan
imposibles condiciones levantadas en ese inhumano campo de
concentración donde se hacinan un par de millones de palestinos, caían
derruidas sobre sus ocupantes, en particular mujeres y niños.
Lo
peor, lo más indignante, era la criminal perfidia del mundo. Todos los
poderes mundiales y todos los medios de comunicación de propiedad o al
servicio del sionismo por la vía de la pauta publicitaria que los
sostiene, mostraban la situación como “enfrentamientos”, “combates”.
“hostilidades”. Y en ellos, “iban 105muertos de ellos 32 niños”. Se
cuidaban sí de aclarar que esos ciento cinco eran todos palestinos, ni
uno sionista. ¿Era o no criminal la perfidia de quienes manejan la
opinión pública mundial? Se cuidaban también de advertir que “los
combates” eran entre una fiera potencia militar con capacidad de
destruir si quisiera y si no llevara mal en el intento el globo
terráqueo y toda forma de vida sobre él, y un pueblo totalmente inerme,
cercado, sin aparato militar, sin comunicación con el exterior ni
siquiera para escapar, y con el agua y el alimento racionado y
mantenido por su verdugo y ocupante - a la sazón el mismo-, en el
mínimo para permitir la sobrevivencia. Treblinka y Auswich no habrían
envidiado Gaza y Cisjordania.
Inmersa en esas lúgubres
cavilaciones caminaba por la ciudad preguntándome qué oscuro poder hacía
que para el mundo de los empresarios de los medios de comunicación en
todo el mundo nos laceraran diciéndonos que la víctima era el victimario
y éste la víctima, el agresor el agredido, y el asesinado, torturado y
vejado era el terrorista al tiempo que el verdugo el inocente que
legítimamente se defendía. Algo imposible de admitir y que afectaba la
conciencia de millones en el mundo que sin embargo no podíamos escapar a
esa vil impostura. En esas andaba cuando unas inusitadas y altisonantes
voces llamaron mi atención, al igual que la de los transeúntes que a
esa hora discurrían tras la cotidianidad de sus tareas. Todos como
puestos de acuerdo, hicimos un alto en el camino para ubicar la fuente
que nos distraía. Pronto dimos con ella, un loco que pronunciaba
frenética diatriba.
Como es común en esos casos, por un
instante todos los circundantes prestan unos momentos de atención al
discurso del orate. Así ocurría hoy oímos por unos segundos el grito
herido e indignado del hombre, que por lo demás no era delirante sino
coherente y justiciero. Ubicado en la realidad histórica de Colombia de
las últimas décadas, su censura era al paramilitarismo, las masacres, el
uribismo, las masacres de los militares y las mil atrocidades que bajo
la excusa del orden y la justicia, los poderes gobernantes han infligido
al pueblo colombiano. No era un discurso de un loco, aunque claro, sí
era el modo, su circunstancia.
Pronto me dispuse, enterada
suficientemente del asunto, a continuar mi camino. El hecho no era
trascendente, y desde luego no ameritaba más atención. Cuando ya estaba
de espaldas al hombrecito, su grito se indignó aún más, su voz fue más
firme y tronó a esas luminosas diez de la mañana en el Parque Santander
de Bogotá, contra la masacre que los sionistas israelíes cometían contra
el pueblo palestino, gritos vivas a Hamas como legítimo representante
de un pueblo vejado, humillado y masacrado, clamó larga vida para los
palestinos y con vehemencia, levantando el puño y la mirada al cielo,
lo emplazó para que castigara la perversidad del sionismo que tales
crímenes cometía.
Yo sentí un nudo en el corazón. Con una
múltiple emoción dolorida, gratificada y un dejo pequeño pero en fin de
cuentas algo, de alegre esperanza, corrí calle abajo bendiciendo a ese
loco, a ese despreciado ser al que los más vivaron y unos pocos
chiflaron, que acababa de reivindicar mi desengaño de la humanidad. Toda
la concentrada maldad ínsita en la forma como los todopoderosos medios
del mundo presentaban a la humanidad el holocausto palestino, ese
mísero ser, desde las nebulosas de su mente atormentada, la desnudaba y
develaba.
Mi sangre y mi corazón están con Palestina que
resiste al genocida invasor con lo único que tiene y que le sobra:
dignidad y coraje…¡¡¡Palestina vencerá!!!
Alianza de Medios por la Paz
Bogotá, 12 de julio de 2014
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