Por: Luz Marina López Espinosa.
“La crueldad es uno de los placeres más antiguos de la humanidad”
F. Nietzsche
F. Nietzsche
Como
en las novelas de horror o las películas de terror. Y esto no es simple
recurso retórico para intentar describir un hecho, sino un llamado al
lector a que intente la respectiva composición de lugar. Es decir, se
sumerja como actor en una escena que no es comedia sino drama; más aún,
tragedia: encerrado en un edificio al que fue a refugiarse con sus
camaradas ante la brutalidad de hordas nazi-fascistas que los agreden,
edificio al que prenden fuego mientras bloquean sus salidas guarnecidas
para moler a palos a quienes logren franquearla.
Lo otro, lo único otro por relatar,
es el reporte gráfico que da cuenta de algunos de los 46 seres humanos
quemados vivos. Aún en ese momento inefable, inconcebible, se vislumbran
gestos, posiciones como si de verdad se tratara de una representación
teatral: ¿qué haría, qué pensaría, qué buscaba ese hombre allí cuyas
manos se aferran a los hierros incandescentes de una ventana? ¿Qué
haría, pensaría, qué buscaba aquél que en su momento supremo se ve como
triste sentado en el descanso de una escalera mirando en lontananza?
Sólo que su cuerpo ya no piensa, está carbonizado. Tal vez era el del
poeta Vadim Negaturov quien en Las luces del puerto le cantaba a su
querida Odessa lejos de imaginar la muerte que allí encontraría. Afuera,
el festejo gozoso de los neonazis agitando sus porras y divulgando el
parte de victoria por las redes sociales, mientras los policías de la
Junta presidida por Turchínov arribados con el conveniente retardo,
desganadamente retiran muertos y heridos.
No era para menos
lo anterior: las víctimas eran partidarias del referendo de este once de
mayo que le da voz voto al pueblo de Ucrania para decidir sobre su
destino optando entre la federalización con poder de incidir sobre el
modelo de desarrollo y la afiliación internacional de cada estado, y la
política “nacionalista” de la antipopular camarilla de Kiev que
pretende entregar el país en bloque al Fondo Monetario Internacional y a
la Unión Europea, recibiendo como “premio” ser parte de la fuerza de
choque y de conquista del capitalismo central, la OTAN.
Y
ahí, frente a esa escena que no por brutal deja de ser cotidiana en la
crónica del mundo, es cuando volvemos a la pregunta obligada: ¿por qué
de todo ello? Por lo pronto, tanto en este caso como en la abrumadora
mayoría de los que hemos tenido que ser inermes testigos en las últimas
décadas, el patrón señala que es la voracidad del capitalismo en su
necesidad inmanente de reproducirse so pena de ahogarse en sus baratijas
y billetes de banco que no son comestibles, lo que genera los actos de
ferocidad y barbarie que como cosa cotidiana se dan en el mundo. Es la
forma de sobrevivir del capitalismo y en ella, la vida humana es cifra
despreciable. No por otra razón fue por lo que visionariamente Rosa
Luxemburgo dijo: Socialismo o Barbarie.
Y es que en efecto,
en Ucrania donde sucedió el crimen que nos ocupa, es el insolente poder
del capitalismo internacional frente al cual no valen valores, culturas,
soberanías ni religiones, el que impone y exige al precio de la sangre
que sea, que el país entre a ser parte del Consenso de Washington, la
“alianza” imperial para que el orbe todo entre a funcionar bajo su
férula conforme a las normas que para el comercio –ahí están la OMC y
los TLC -, para el flujo de capitales –ahí están el BM, el BID y el
Banco de Europa- y para las políticas sociales y económicas internas
–ahí está el FMI.- impone el totalitarismo del capital. Y si hay
rebeldía, si asoma alguna reivindicación de antiguallas como soberanía y
autodeterminación, ahí están también el Pentágono y el Departamento de
Estado auto designados “policías del mundo libre” en acuerdo con el
Consejo de Seguridad de la ONU y la OTAN, instrumentos coercitivos de
esa religión idolátrica, para aplicarle su fulminante recetario a la
enfermedad inaceptable de la insumisión: la destrucción y la muerte.
Por
lo anterior, es por lo que los autores principales de la crisis de
Ucrania no son los ucranianos. Son la Unión Europea y el Departamento de
Estado; y éstos, no los ucranianos, son los voceros oficiales de esa
crisis. Y la hablan en términos cifrados de amenaza militar; que si no
la hacen explícita ni la han hecho realidad, es por la potísima razón de
que se las tienen que ver con una gran potencia no bien avenida con
esas jugadas: Rusia. En todo caso, la imagen de La Casa de los
Sindicatos en llamas con los más de cien militantes izquierdistas
luchadores para que Ucrania no corra el destino de miseria de los demás
países de Europa que tomaron el atajo de la colonización neoliberal, son
como campanas llamando a rebato para alertar a esa parte de la
humanidad siempre dispuesta a salvarla en los momentos de peligro, que
este es uno de ellos.
Este bárbaro episodio fue
desvergonzadamente ocultado por la prensa del mundo para la que lo
sucedido según los titulares en Estados Unidos como en España, en
Inglaterra y en Colombia, apenas fue que “se incendió un edificio en
Odessa. En el designio que en la nueva división internacional del
trabajo tiene la prensa de encubrir la realidad y frivolizarla, echan
mano de aquella sentencia que con otro espíritu dijo el poeta, el que
ríe aún no conoce la infausta noticia. Ello no impedirá que las llamas
de la Casa de los Sindicatos, bello nombre cuya sencillez no calla sus
vibraciones de lucha y fraternidad, sean faro que lleve la noticia de
que el fascismo asecha y que son muchos los dispuestos a enrolarse y
sacrificarse en las filas de la Humanidad en peligro. No pasarán!
11 de Mayo de 2014
Alianza de Medios por la Paz
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