Por: Jorge Enrique Botero
El año entrante la holandesa Tanja Nijmeijer cumplirá una década en las Farc y en febrero tendrá 34 años de edad. Ha escapado siete veces de la muerte, la última de ellas el 20 de septiembre de 2010, cuando 30 toneladas de bombas cayeron sobre el campamento del Mono Jojoy.
El año entrante la holandesa Tanja Nijmeijer cumplirá una década en las Farc y en febrero tendrá 34 años de edad. Ha escapado siete veces de la muerte, la última de ellas el 20 de septiembre de 2010, cuando 30 toneladas de bombas cayeron sobre el campamento del Mono Jojoy.
Yo vivía a 25 metros del búnker del camarada Jorge”, relata 15 meses después de
aquella estruendosa madrugada. Tanja tiene en sus manos un ejemplar de la
revista Semana que da cuenta de la muerte de Alfonso Cano; un moderno Mac Book
Pro al frente y un libro que se titula Marulanda y las Farc para principiantes.
Explica que lo está traduciendo al inglés.
"Nos sentimos orgullososos de que nuestro comandante haya muerto en combate", afirmó Tanja sobre la muerte del Mono Jojoy
En 10 años de monte ha sido traductora y maestra; ha remolcado remesa por los
laberintos de la Serranía de La Macarena; ha cruzado a pie al menos cinco
departamentos de Colombia: Meta, Cundinamarca, Caquetá, Guaviare, Vichada. Ya
perdió la cuenta de los combates en los que ha participado y de los bombardeos
que ha esquivado. Puso bombas en Bogotá para presionar el pago de vacunas y
perdió su diario en un asalto del ejército en 2005. Había escrito que estaba
aburrida en el monte, que no soportaba más la soberbia de ciertos comandantes y
la falta de cigarrillos. Se dijo que le habían hecho consejo de guerra y por
poco la fusilan. Pero en 2010 reapareció desafiando al ejército. “Si creen que
estoy aquí contra mi voluntad, vengan a buscarme. Aquí los espero con mi AK, con
morteros, con todo”.
Personaje mediático en Holanda, Niejmeijer ha desatado encendidas polémicas
en los diarios y la televisión de su país. La semana pasada se emitió el primer
capítulo de una teleserie argumental sobre su vida, rodada en su natal Denekamp,
(frontera con Alemania) y en regiones selváticas de Ecuador.
"La muerte es algo normal en una guerra", dijo Tanja mientras abría la revista en que se anunciaba la muerte de Alfonso Cano
Este es su testimonio de lo ocurrido el día en que el Mono Jojoy murió bajo
una lluvia de bombas:
Los días transcurrían con tranquilidad, nosotros estábamos trabajando
normal. El Mono Jojoy nos daba charlas en el aula por la mañana, a veces por la
tarde también. Me acuerdo que el día antes del bombardeo habíamos visto una
película colombiana, Retrato de Mentiras o algo así. Trabajábamos sobre todo
haciendo trincheras pues había mucho sobrevuelos de la aviación. Al flanco
derecho y al flanco izquierdo del campamento se escuchaba mucho plomo, pero el
Mono decía que él no se iba a salir de ahí. Estaba dirigiendo personalmente las
peleas.
A veces faltaba el dulce, a veces el café, pero estábamos bien
abastecidos. Preciso por esos días habían llegado cigarrillos y los fumadores
andábamos contentos.
En esos días, la diabetes tenía al Mono bastante mal. Estaba muy enfermo,
mas sin embargo nunca se dejaba achicopalar por la enfermedad. Recibía a los
mandos, hacía reuniones de mandos y nos daba las orientaciones. Por las tardes
se dedicaba a la orquesta que había creado unas semanas atrás. La orquesta
llegaba hasta su oficina y ahí se ponían a componer y a ensayar nuevas
canciones. El escuchaba y cantaba. Desde mi caleta yo lo oía cantar todas las
tardes.
También andaba por el campamento pero se le notaba el esfuerzo que le
tocaba hacer. Se movía para todos lados con una silla de esas de plástico.
Llegaba a la rancha y ponía su silla y ahí se sentaba a joder a la gente; se iba
para otro lugar y otra vez se sentaba a recochar. Pero todo eso era dentro del
campamento porque él ya no podía marchar.
Durante la última marcha que hicimos, en junio del 2010, a él tocó
cargarlo en hamaca. Me acuerdo que cuando llegamos a nuestro destino, yo me
quedé esperando a que él pasara y me di cuenta que lo estaban cargando en hamaca
y a mí me impresionó mucho eso, no sólo porque era el comandante, sino porque
habíamos cruzado los terrenos más imposibles y peligrosos a su lado. Verlo en
hamaca a mí me dio muy duro. Cuando pasó por donde yo estaba, seguro él se dio
cuenta de mi asombro y levantó el puño y me gritó: “!vamos por la Copa,
Holanda!”, por lo que estábamos en semifinales del Mundial de Fútbol.
En las semanas anteriores al bombardeo, cada nadita hacíamos simulacros
en las trincheras. El Mono nos había anunciado que se venían bombardeos masivos
contra la Serranía de La Macarena, así que los ensayos eran permanentes. Usted
se acuesta, de repente llaman y usted se mete lo más pronto posible a la
trinchera con fusil y con pecheras. La noche anterior al bombardeo hicimos esa
maniobra tres veces.
Tanja en su "oficina" en la profundidad de la selva, donde hace traducciones de documentos de las Farc al inglés.
La tarde del 20 de septiembre habíamos tenido una reunión de los
secretarios. Me acosté, hubo un ensayo de trinchera, me volví a acostar y me
levanté más tarde a pagar la guardia. Esa noche me tocó el tercer turno, de 10 a
12. Durante el turno todo estaba normal. Pasó un avión pero todo estaba normal.
Me acosté a las 12 de la noche y a las dos de la mañana una bomba me despertó.
Aunque no había caído muy cerquita de mi caleta, la bomba me despertó y yo me
metí de una a la trinchera, con cobija y todo, pero sin botas, porque después de
la primera cayeron tres más, una detrás de la otra. Después se hizo un corto
silencio y yo salí de la trinchera, me puse las botas, las pecheras y el fusil y
me volví a meter a la trinchera con rabia pues no había podido encontrar mis
lentes de contacto. De repente empezó el bombardeo masivo. Desde el comienzo se
notó que todo el fuego estaba concentrado en el búnker del camarada Jorge. Ese
búnker quedaba como a 25 metros de la escuadra de nosotros. Todo el fuego iba
concentrado ahí, las primeras cochadas de bombas. Entre bomba y bomba yo trataba
de mirar pero no se veía nada, solo se escuchaba cacarear a una gallina herida.
Cuando ya pasó el bombardeo masivo contra la caleta del Camarada, comenzaron a
bombardear a las escuadras; la última cochada de bombas yo nunca la voy a
olvidar porque una cayó a unos cuatro o cinco metros de mi caleta.
Entre cochada y cochada nosotros escuchábamos gritar al Mono. Él quedó
vivo después de las primeras bombas. Llamaba a Quino, su oficial de servicio,
quien también murió esa madrugada, y le decía: “!Quino, saque a la gente, saque
a la gente! Esas fueron las últimas palabras del Mono. Ahí está pintado él:
Quino, saque a la gente!...
Después de las últimas bombas, yo estaba un poco sorda. Tenía el cuerpo
dormido de la cintura para arriba. Me hormigueaban las manos, los brazos, todo.
En la trinchera hacía un calor insoportable, entonces yo saqué la cabeza y pensé
en sacar mis cosas, mi equipo, y ahí me di cuenta de que ya no había nada. Donde
estaba mi caleta ya no había nada. Un palo grande y negro había caído encima.
Saqué la cabeza un poquito más y vi la caleta del Mono. Eso parecía, -como le
dijera yo- un pastal, un cultivo: ya no había árboles, no había matas, todo
había quedado arrasado. Todo estaba negro y se miraban llamas por aquí, por
allá…
Cuando salí de la trinchera dije: menos mal tengo mi fusil y tengo mis
pecheras, así que nos vamos. El comandante de mi escuadra nos estaba llamando a
todos y nosotros respondimos, así que dio la orden: ¡Vámonos saliendo,
muchachos! Salimos por un filo. Éramos 17, el bombardeo ya había pasado pero
entonces comenzaron a ametrallarnos. Seguimos subiendo como una hora y media
hasta que coronamos el filo y ahí me puse debajo de una roca. Saqué mis lentes
de contacto, me los puse y por fin me sentí lista pa las que fuera.
Una parte de la escuadra se devolvió a pelear. Trataban de impedir que el
ejército desembarcara en el campamento, mientras otros nos dedicamos a evacuar a
los heridos, a sacar economía, munición…Duramos casi todo el día en
esas.
En los siguientes días nunca salimos del área de combate. Escuchábamos
los aviones, escuchábamos las peleas y casi no oíamos radio. Estábamos dedicados
a tareas militares. En las exploraciones a veces encontrábamos panfletos que
decían: “Murió el terror de La Macarena, ya Alfonso Cano lo está pensando, usted
que va a hacer?”. A nosotros nos daba risa. A los que botaban los panfletos se
les olvidó que los guerrilleros tenemos una consigna: los muertos no se lloran,
su memoria se lleva al próximo combate. Lo que se miraba en esos días era esas
ganas de la gente de salir a pelear.
Después, con el paso de los días, a la gente le llegó la tristeza. No
mira que él anduvo tantos años con nosotros? Que para muchos era como un
padre…
Tanja durante la entrevista con el preriodista Jorge Enrique Botero.
(Tomado de confidencialcolombia.com)
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