sábado, 27 de noviembre de 2010

Memorias del Sumapaz – (III)

GRUPO JUVENIL DE DANZAS DE LA ESCUELA ARTÍSTICA ITINERANTE DEL PÁRAMO DE SUMAPAZ DEL COLEGIO CAMPESTRE JAIME GARZÓN. VEREDA LAS AURAS, CORREGIMIENTO DE NAZARETH. JACQUELINE VEGA, MAGNOLIA AGUDELO, JENNY CRUZ. FOTO. IVÁN DARÍO ALZATE.

Por: Luz Marina López Espinosa

Cuando en febrero de 2006 emprendimos el proyecto de Escuela de Educación Artística, la tarea no era fácil. Había que convencer a docentes y directivos de los colegios sin los cuales la Escuela no era posible, al igual que a los padres de familia. La convocatoria inicial era solo para colegios y niños de 7 a 14 años. Los técnicos que avalaron el proyecto desde los escritorios oficiales, hablaban de hacer miles de volantes, plegables y afiches para esa convocatoria. ¡Empapelar Sumapaz! Lo que no sabían estos planeadores era que habría que abarcar 74 mil hectáreas. Tampoco sabían que el páramo limita con 4 departamentos. Nos hablaban de porcentajes, misiones, visiones. ¡Qué lejos de la realidad estaban! Allí en ese particular espacio, se da es un proceso de aprendizaje que conduce a un descubrimiento de los profesores, los estudiantes y la comunidad, superando la instrumentalización del saber sin desligar el quehacer artístico de los imaginarios locales. Y de esa forma se logró consolidar la propuesta con una cobertura de 90 % de la población escolarizada y 10 % de no escolarizada. Y de ahí salió el carácter de itinerante en contra de lo que desde afuera recomendaban.


1. Colegio Campestre Jaime Garzón

GRUPO DE DANZA INFANTILI DE LA ESCUELA DE EDUCACIÓN ARTÍSTICA ITINERANTE DEL PÁRAMO DE SUMAPAZ DEL COLEGIO CAMPESTRE JAIME GARZÓN, VEREDA LAS AURAS, CORREGIMIENTO DE NAZARETH. FOTO IVÁN DARIO ALZATE.

Cuando nos adentramos en el páramo rumbo a la vereda Las Auras del corregimiento de Nazareth, lo que más nos impresionó fue el retén militar en el área de las lagunas. Barricadas, metrallas y soldados encapuchados con la desconfianza que eso produce, contrastaban con lo paradisíaco del lugar. Los frailejones pugnan por sobrevivir a miles de pisadas de botas a las cuales no están acostumbrados ni para los cuales están hechos. Un centímetro por año es su crecimiento, un frailejón de un metro de altura tarda cien años en crecer y miles de pisadas diarias, cuando no su impiadoso corte para usarlo de abrigo. Es la depredación de este delicado y precioso ecosistema.

En el colegio, los coordinadores Nélida Patiño y Fernando Suárez nos hicieron las recomendaciones pertinentes. Una de ellas, la Escuela sólo se podía realizar los sábados, día poco favorable para que nos asistieran los estudiantes, ya que no tenían clases y la mayoría se dedicaba a las labores del campo. Había que ir por el extenso corregimiento a recogerlos uno a uno. Fernando para facilitarnos el trabajo, nos trazó un mapa donde dibujó cada sitio y las rutas con exactitud. Por eso se convirtió en nuestro cartógrafo. Y llegó el primer sábado de Escuela. De uno en uno se fue llenando el bus, gracias a la paciencia y apoyo de Alvaro Moreno, Alirio Rey y el doctor en lúdica Alberto Motta. Los niños se recogían en la carretera o en el camino más cercano. El único requisito era que quisieran subirse al bus de las artes.

A la vereda Raizal fuimos a buscar estudiantes. La muy sentida Fanny Torres nos apoyaba y con el megáfono de la junta de acción comunal llamaba a participar de la Escuela. Y claro, si ella lo decía, la gente sabía que era bueno. En la escuelita y en el salón comunal de Raizal fue donde se afianzó el proyecto. Llegaban de Peñaliza, Betania, Tabaco y el Itsmo; Mariela, la niña que dibujaba parecido a Picasso; Esgar Iván quien ante sus dificultades para la danza que quería, optó por salir en el bus a hacer la ruta voceando por los caminos la Escuela a los niños y soñando cuando grande ser ayudante de Transportes Sumapaz. ¡Y vaya si practicó! Gisella Torres estaba empeñada en tener su grupo de danzas de mujeres… La audiencia crecía.

Y abajo en la escuela de Santa Rosa, los profesores y esposos Gerardo Riveros y Yenny Cruz nos abrieron las puertas y ayudaron a iniciar el semillero con los pequeños. Eran los niños de Bodegas, Taquesitos y Placitas. Oscar, no obstante su corta edad, acompañado de su hermanita, parecía un tribuno cuando como un grande, recitaba con emoción los versos del gran José Martí: “Yo quiero cuando me muera, sin patria pero sin amo, tener en mi losa un ramo de flores ¡ y una bandera! “

Así de uno en uno también, se hizo la Escuela en el Jaime Garzón. Clímaco era un niño huraño y tímido. Al comienzo se limitaba a ver los ensayos a través de la ventana. Cuando se veía sorprendido y se lo iba a invitar, corría como un conejo silvestre. Hasta que solito, de tanto mirar y tal vez envidiar, cayó en las redes. Se volvió de los más entusiastas. Un lunes lo echamos de menos en la clase de danza que era lo suyo. Al regresar nosotros a Bogotá en el “carro amarillo”, nos lo encontramos en el camino con una varita al hombro. “¿Clímaco por qué faltó a clase?” “Profe, mi mamá está de cumpleaños y fui a pescar para llevarle estas truchas de regalo”. Es que en el Sumapaz la infancia también es distinta.

El colegio Jaime Garzón en pleno participaba. El sentido deseo del rector Gerson Hernández se estaba realizando. Se creó y consolidó la banda Juvenil, los coros, los grupos de danza y de teatro. ¡Cómo olvidar ese cumpleaños del colegio en homenaje al gran Jaime Garzón -quien había sido Alcalde de la Localidad-, con sus propios actores, artistas y bailarines!

La poesía de Porfirio Barba Jacob “Canción de la Vida Profunda”, enmarcó la velada del cumpleaños en un montaje dancístico, musical y teatral con docenas de jóvenes y niños maquillados y vestidos en escena. Y ahí quedó plasmado el talento de Mauricio Flórez con sus juegos corporales, sus máscaras de luces y sus sombras chinescas. Y las marionetas, los juegos de acrobacia, la adivinanza y la magia sacadas de la maleta del mago Albeiro Melo que lo tenía todo como “el titiritero que va de feria en feria…siempre cantando… siempre bailando…” de la canción de Serrat.

Llega diciembre con su alegría y el momento de las Muestras Artísticas. Esta vez es el montaje del profesor Jaime Lara Los Niños en la Luna, con doscientos actores - estudiantes en escena. Jaime Rayo, “Jimmy” como cariñosamente se le llama, actor y cineasta, entre tramoyas, luces y sonido aplicaba su experiencia en La Mama y el Teatro Experimental de Cali - TEC- para hacer una gala impecable. César Pérez, hijo de William, ad honorem se encargaba de vestuario y maquillaje; Andrea Santos estudiante talentosa ya coordinaba la coreografía; Eliana y Clímaco danzaban.

2. Epílogo

Eran días donde todos y todas girábamos alrededor de una propuesta. El logro era colectivo. Porque esa era la Escuela. Había además gente útil y necesaria tras bambalinas. Hugo Moreno el hombre de las mil cosas, se encargaba de conseguir desde un alfiler hasta una lira. Wilson Paiva, en el carro amarillo, nos llevaba y nos traía, de amanecer a anochecer con sus vallenatos y sus boleros rancheros. Y también había interventores, proveedores, administrativos y logísticos porque se trataba de un Convenio de la Alcaldía Local con la Universidad Distrital, ésta responsable de la ejecución. Entonces a través de Miriam Varón, Alejandro Martínez, Yamile León y Guillermo Alfonso supervisaba cómo era de eso de las muchas horas y costos de transporte, constataban los distantes sitios atendidos, los cientos de niños jóvenes y adultos vinculados –con firmas y planillas- y los gastos de logística.

Entonces el IDEXUD, el Instituto de Extensión de la Universidad Distrital, veía que sí, que en un lugar a tres o más horas de Bogotá había una Escuela Itinerante, y que en medio de la neblina y el frio habían niños, jóvenes, mujeres y hombres llenos de calidez que construían sueños a través de versos, coplas, bailes; pero sobre todo, gente de ruana y sombrero que hablaba de políticas públicas, de ruralidad, de referéndum por el agua para que fuera bien público y derecho fundamental. Y también de construir patria y defender el territorio…

LMLP/rvr


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